Al principio fue la palabra, esa energía que guía tu voz si
hablas, igual que un arma que se activa entre tus labios alejándote del lodo y de
ese ahogo solitario.
Somos puzzles incompletos, esqueletos vagando histéricos,
mientras nuestro silencio se expande, hiere. Así el afecto muere, triste y famélico.
Viendo que nada cambia, que la rabia duerme tras la traquea siempre
anclada en ese miedo que provoca arcadas, pensando tanto, diciendo nada.
Sintiendo cada mirada minada por la costumbre, seca con la escasez
por la sed de deseos que no se cumplen, abre tu consciencia y mira en las
paredes, dirán que puedes.
Ser tú mismo sin fijarte en otros seres y ser viento entre
desiertos de cemento sabiendo que quien te rodea ya no te moldea.